«¡Sacadme de aquí, por mis hijos!», fue la última comunicación antes de morir de frío en el Annapurna
Algo había en su interior que lo atemorizaba. Tolo Calafat nunca estuvo del todo convencido para partir junto a Juanito Oiarzabal al Annapurna (8.091 metros, Himalaya). «Estoy acojonado. Es una cima muy jodida», les dijo en diciembre a sus amigos, poco después de haber dado el sí al alpinista vasco. «El descenso es muy peligroso. Es peor que la subida». Calafat, 39 años, ingeniero de comunicaciones, pero sobre todo amante de la montaña, falleció de frío, según todos los indicios, en la madrugada del jueves, aislado, a más de 7.000 metros de altitud, sin un saco, sin una tienda, sin nada que comer.
¿Por qué se quedó solo? Es lo que se preguntaba ayer Juan Antonio Olivieri, su amigo de la isla. Ellos dos, en el 2006, se convirtieron en los primeros mallorquines en coronar el Everest. «No entiendo cómo lo dejaron, si descendían tres. Tolo era el más inexperto y el menos fuerte». Saber lo que ocurrió realmente siempre será difícil de averiguar. Oiarzabal estaba ayer destrozado y con congelaciones en sus pies. Tolo solo se quedó con un teléfono que disponía de comunicación vía satélite. A las 17.00 horas del miércoles, su mujer, Margalida, recibió la última comunicación de su marido, con voz cansina y frágil: «¡Sacadme de aquí, por mis hijos!». Miquel tiene 8 años, y Andreu, 18 meses.
Tolo, 39 años, –Tolito Sherpa lo apodaban–era en alpinismo para Mallorca lo mismo que Rafael Nadal en tenis. El mejor en su categoría. Trabajaba en Telefónica y se pidió el mes de vacaciones. Desde Navidad se preparaba minuciosamente para la victoria en el Annapurna. El martes coronó la cumbre. En la bajada se empezó a sentir indispuesto, cansado. «Se mostraba negativo. No quería avanzar». Oiarzabal y Carlos Pauner (también muy afectado), que lo acompañaban, decidieron dejarle con un sherpa, que más tarde fue a por ayuda. Tolo pasó dos noches en la intemperie. La segunda no la superó. El sherpa se pasó 11 horas buscándolo, sin éxito, hasta que el cansancio lo tumbó y tuvo que ser rescatado. La ley del Himalaya dicta que cuando un montañero muere en una ladera, el cuerpo se queda en el lugar del óbito, aunque ayer la federación mallorquina trataba de conseguir que el seguro de la expedición se hiciera cargo del coste de intentar un rescate de Tolo.
Calafat buscó patrocinio para su aventura y no la encontró. Una pequeña ayuda federativa y el resto lo pagó de su bolsillo. Llamó al Ayuntamiento de Palma, esperó y esperó, pero el dinero no llegó. Salía a correr a diario, a veces a pie y otras en bici, participaba en maratones, medios maratones, lo que hiciera falta. El Annapurna fue su tercer 8.000. También había hollado el Aconcagua (6.954 metros), en los Andes, cinco cumbres de la Cordillera Blanca de Perú, la mayoría de cimas de los Pirineos, el Montblanc, en los Alpes, y el Monte Elbrus, en el Cáucaso.
La polémica del rescate
Oiarzabal, que tuvo que ser rescatado en helicóptero, buscó, sin éxito, a los sherpas de una expedición coreana para que ayudaran en el rescate. «Se ha perdido la solidaridad en la montaña», denunció ayer Oiarzabal. Esta expedición contaba con un presupuesto de cinco millones de euros y estaba liderada por la alpinista Oh Eun Sun, la primera mujer en subir los 14 ocho miles. Oiarzabal aseguró que no puso mucho interés para convencer a sus ayudantes.
En cambio, Horia Colibasanu, un alpinista rumano que formaba parte de otro grupo, durmió en el campamento español, dispuesto a volver a ascender el Annapurna. No hubo tiempo para organizar un nuevo equipo de socorro.
Algo había en su interior que lo atemorizaba. Tolo Calafat nunca estuvo del todo convencido para partir junto a Juanito Oiarzabal al Annapurna (8.091 metros, Himalaya). «Estoy acojonado. Es una cima muy jodida», les dijo en diciembre a sus amigos, poco después de haber dado el sí al alpinista vasco. «El descenso es muy peligroso. Es peor que la subida». Calafat, 39 años, ingeniero de comunicaciones, pero sobre todo amante de la montaña, falleció de frío, según todos los indicios, en la madrugada del jueves, aislado, a más de 7.000 metros de altitud, sin un saco, sin una tienda, sin nada que comer.
¿Por qué se quedó solo? Es lo que se preguntaba ayer Juan Antonio Olivieri, su amigo de la isla. Ellos dos, en el 2006, se convirtieron en los primeros mallorquines en coronar el Everest. «No entiendo cómo lo dejaron, si descendían tres. Tolo era el más inexperto y el menos fuerte». Saber lo que ocurrió realmente siempre será difícil de averiguar. Oiarzabal estaba ayer destrozado y con congelaciones en sus pies. Tolo solo se quedó con un teléfono que disponía de comunicación vía satélite. A las 17.00 horas del miércoles, su mujer, Margalida, recibió la última comunicación de su marido, con voz cansina y frágil: «¡Sacadme de aquí, por mis hijos!». Miquel tiene 8 años, y Andreu, 18 meses.
Tolo, 39 años, –Tolito Sherpa lo apodaban–era en alpinismo para Mallorca lo mismo que Rafael Nadal en tenis. El mejor en su categoría. Trabajaba en Telefónica y se pidió el mes de vacaciones. Desde Navidad se preparaba minuciosamente para la victoria en el Annapurna. El martes coronó la cumbre. En la bajada se empezó a sentir indispuesto, cansado. «Se mostraba negativo. No quería avanzar». Oiarzabal y Carlos Pauner (también muy afectado), que lo acompañaban, decidieron dejarle con un sherpa, que más tarde fue a por ayuda. Tolo pasó dos noches en la intemperie. La segunda no la superó. El sherpa se pasó 11 horas buscándolo, sin éxito, hasta que el cansancio lo tumbó y tuvo que ser rescatado. La ley del Himalaya dicta que cuando un montañero muere en una ladera, el cuerpo se queda en el lugar del óbito, aunque ayer la federación mallorquina trataba de conseguir que el seguro de la expedición se hiciera cargo del coste de intentar un rescate de Tolo.
Calafat buscó patrocinio para su aventura y no la encontró. Una pequeña ayuda federativa y el resto lo pagó de su bolsillo. Llamó al Ayuntamiento de Palma, esperó y esperó, pero el dinero no llegó. Salía a correr a diario, a veces a pie y otras en bici, participaba en maratones, medios maratones, lo que hiciera falta. El Annapurna fue su tercer 8.000. También había hollado el Aconcagua (6.954 metros), en los Andes, cinco cumbres de la Cordillera Blanca de Perú, la mayoría de cimas de los Pirineos, el Montblanc, en los Alpes, y el Monte Elbrus, en el Cáucaso.
La polémica del rescate
Oiarzabal, que tuvo que ser rescatado en helicóptero, buscó, sin éxito, a los sherpas de una expedición coreana para que ayudaran en el rescate. «Se ha perdido la solidaridad en la montaña», denunció ayer Oiarzabal. Esta expedición contaba con un presupuesto de cinco millones de euros y estaba liderada por la alpinista Oh Eun Sun, la primera mujer en subir los 14 ocho miles. Oiarzabal aseguró que no puso mucho interés para convencer a sus ayudantes.
En cambio, Horia Colibasanu, un alpinista rumano que formaba parte de otro grupo, durmió en el campamento español, dispuesto a volver a ascender el Annapurna. No hubo tiempo para organizar un nuevo equipo de socorro.
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