El delantero, que pasó por Belgrano en 2001, se jugó la vida por su Gabriela. Abandonó su porfesión y decidió donar un órgano. El pasado 7 de diciembre se jugó la vida y hoy se siente orgulloso de su acción.
A los 36 años, Ariel Giaccone sentía que el fútbol lo era todo. Hasta que la vida prendió una alarma y entonces, dejó el deporte para jugarse la vida por su hija.
Gabriela, su hija, de 19 años (producto de una relación anterior a su actual matrimonio), necesitaba un trasplante para seguir viviendo y Ariel supo que debía hacerlo. Y así, el pasado 7 de diciembre le donó un riñón para que pudiera tener una vida normal y se ganó para siempre el orgullo de ser un ejemplo dentro y fuera de la cancha, según publicó hoy La Voz de San Justo.
Ariel pasó por Belgrano (se lo recuerda por un gol a Unión de Santa Fe en 2001), Sportivo Belgrano, Ferro, San José (Bolivia), 9 de Julio de Morteros, y también jugó en equipos de Altos de Chipión, Centro, su último equipo fue Porteña Asociación.
-¿Cuándo comienza esta historia?
-Me entero a mediados de abril de la enfermedad de Gabriela, puntualmente se llama deficiencia renal. Hicimos varios estudios hasta que a mediados de junio el doctor Mateo nos comunica la enfermedad después de no saber bien qué era. Hasta se llegó a pensar que era anoréxica, pero en definitiva el tema era que sus riñones no funcionaban.
-¿Cuándo y cómo tomas la decisión de ser el donante?
-Lo hablé mucho con Laura, mi esposa, y ella supo entenderme. A Gabriela el riñón le iba a funcionar sí o sí, a mí me aparecieron los temores normales de semejante operación, pero siempre encontré el apoyo de mi familia. En agosto viajamos a Córdoba con el doctor Pablo Novoa, empezamos a hacer todos los estudios por el tema de la compatibilidad. Hay que analizar seis ramas, la más importante es la sangre. Nuestros hijos tienen la mitad de cada factor de los padres y ese 50% tiene que ser exacto a la hora de trasplantar.
-Y llegó el día… ¿Cuántas cosas pasaron por tu cabeza camino al quirófano?
-Todo sucedió en el Sanatorio Allende en Córdoba, mi operación duró cerca de seis horas, Gabriela un poco más pero muy parecido. Por suerte salió todo bien. Me sentía muy tranquilo, siento que Dios me dio esa tranquilidad. Siempre pensé en positivo: el miedo estaba, pero nunca lo trasmití a mi familia.
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